El Buen Orador debe estar atento al público al que dirige su discurso, no sólo en el momento de la presentación, sino mucho antes de ella, para preparar lo necesario de acuerdo al público. De allí la importancia de un buen análisis del público. El emisor, de cualquier mensaje que se trate y utilizando cualquier medio de comunicación, debe tener en cuenta que no es lo mismo que se trate de un niño o de un adulto, como tampoco es lo mismo que se trate de un mudo o de una persona que habla. Por tanto, la práctica común de un buen orador será la de tener la costumbre de observación sobre todos los datos del público a quien dirigirá su mensaje. Veamos un poco de esto.
¿Qué debemos analizar?
El público es aquel conjunto de personas que son receptoras de un medio de comunicación, es decir, son aquellos que leen la prensa, oyen la radio, ven la televisión y el cine, y en nuestro caso, aquellos que escucharán el discurso preparado por el orador. El público objetivo es, entonces, ese conjunto de seres humanos hacia el que van dirigidas las palabras, gestos, actitudes… del orador, de acuerdo a los intereses de éste y las afinidades de aquellos.
Partiendo de esta definición, podemos muy bien, preocuparnos por determinar las características necesarias que debe conocer el orador para dirigirse al público. Alan Monroer y Douglas Ehninger proponen un esquema para el análisis del público. Se destacan, pues, los siguientes puntos:
- Cantidad
- Sexo.
- Edades.
- Clase socioeconómica.
- Nacionalidad.
- Grupo étnico.
- Intereses primarios.
- Actividades preferidas.
- Políticas.
- Económicas.
- Religiosas.
- Profesionales.
- Grupos formales e informales.
- Conocimiento sobre el tema.
- Nivel de educación.
- Valores.
- Creencias.
- Opiniones.
- Necesidades.
- Preocupaciones.
- Actitudes:
- Hacia mí.
- Hacia el tema.
- Hacia mi propósito.
- Adaptaciones al público.
Teniendo un análisis del público de este tamaño puede resultarnos muy favorable para poder preparar el discurso y compartirlo, porque de acuerdo a todas estas características se acomodará nuestra manera de presentarnos ante el público.
Es tan necesario el análisis del público como la preparación del discurso, porque puede estar muy bien preparado el discurso, pero si no se conoce el público al que se transmitirá el mensaje, puede ocasionar poco entendimiento o, bien, frustración por la poca influencia que se ha tenido en él. O bien, puede estudiarse muy bien al público, pero no tener el discurso preparado, traería nefastas consecuencias, porque se conoce al público, pero no el mensaje. De aquí llegamos a la conclusión que un buen orador tiene que «tener un ojo al gato y otro al garabato», es decir, no puede descuidar ni la preparación de su discurso, y mucho menos, el estudio, aunque sea mínimo del público con quien estará.
Después, en el momento del discurso, también debe estar muy atento a las reacciones del público, a esa comunicación no verbal que transmiten las personas, para dar agilidad al discurso o lanzar preguntas, o incluso, modificar la presentación. El público siempre dice mucho, y por ello, se debe repasar con la mirada a cada uno de los presentes, para descubrir el impacto del tema, su disgusto o contento por el tema, y quizá, si es necesario un descanso o un momento relajante por lo tenso del ambiente.
¿Por qué el análisis del público?
Todo lo descrito anteriormente tiene su finalidad u objetivo, no sólo es para complicar la existencia del orador, sino para ser dirigido hacia la funcionalidad del discurso y acercamiento a la realidad del público. El análisis del público tiene entre otras funciones, ayudar a crear dentro del discurso, actos de disonancia y actos persuasivos, que generen respuestas positivas. Sea que se trate de un discurso exclusivamente informativo, sea que tenga contenido conductual e incluso moralizante, sea que pretenda cambiar de opinión y transformar los comportamientos… de cualquier manera, el discurso debe estar dirigido al público y provocar en él algo, de tal manera que no se quede reducido a la nada.
De acuerdo al tema, el orador debe buscar en el público un acto de disonancia, para interesar a las personas en la presentación del discurso. Quien no es capaz de persuadir al público, mantener la atención y provocar la transformación en las actitudes del público, quizá sea porque aún no ha aprendido a observar al público, y mucho menos, a estudiar las características del grupo al que se enfrenta. De allí nace, incluso, la necesidad de tener, aunque sea mínimamente, conocimiento de psicología y comportamiento humano, no sólo de un estrato social, sino de todos.
El arte de comunicar bien, tiene sus bases también en el acto de persuasión que consiste en mover al público a aceptar nuestro punto de vista, y no solamente influir sobre ellos. Quien influencia no pretende cambiar de actitudes de tal o cual persona, quien persuade sí, y se esfuerza en ello. Cuando se conoce el público al que se dirige el mensaje, puede darse este acto persuasivo, que conduce a la transformación o cambio de actitudes, que podríamos calificar como «conversión». El acto de persuasión tiene como pilares: el ethos, es decir, la bondad moral del mensaje y de quien actúa como fuente de información o persuasión; el logos, es decir, los argumentos; y, el pathos, es decir las emociones que dan soporte a los argumentos.
De todo lo dicho anteriormente, es clara ya nuestra conclusión: es importante el análisis del público para el orador, pues éste le capacita para descubrir el lenguaje adecuado, la sencillez o complejidad del discurso, las actitudes en el orador… y, por si fuera poco, la manera de presentarse en el vestir. El conocimiento del público no es accesorio para el orador, sino fundamental, para darle orientación al discurso e influir positivamente en el público, pues de otra manera, el discurso quedará reducido a información amorfa que no produce nada.